La Ofrenda de Yara
Se cree que el "Mito de Yara" sobrevivió al coloniaje español a través de narraciones diversa y que la deidad en él representada fue adoptada por la religión católica "bajo el manto de la virginidad", con el nombre de "Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera y del Nívar". Conocida, con el pasar del tiempo, como "María de la Onza" o "María Lionza".
Hace
mucho tiempo, durante el año de 1535, por la región de Yaracuy, en una
de las tribus de la población Jirahara, asentadas en los alrededores de
Chivacoa, donde quedaba el Quibayo –la Sagrada Montaña de la Suerte–, el
jefe de la tribu del Nívar, llamado Yaracuy, oyó de su piache una
desconsoladora profecía. El hechicero le vaticinaba que, del linaje de
los caciques, nacería una niña de ojos verdes e ingenio tan
resplancientes, como las aguas del cercano lago. Y que si algún día
llegaba ella a contemplarse en sus aguas, sobrevendría una catástrofe de
consecuencias impredecibles para todas las tribus de la población de
Jirahara.
"Esa niña quedará entonces destinada a ser sacrificada, a pesar de todos nuestros esfuerzos, por la Gran Anaconda…"
Así
dijo entonces el piache, según la advertencia por él recibida de los
espíritus de la montaña, de que al desarrollarse esa criatura no traería
paz y felicidad sino infortunio a todas las tribus, que requerirían en
un futuro no muy lejano de un talentoso y valeroso guía, en una época
muy tormentosa para la región.
Al
poco tiempo se cumplió el primer anuncio de la inefable la profecía.
Tupi, la esposa del Cacique Yaracuy, en efecto, dio a luz una niña con
unos fulgurantes ojos verdes, a la que pusieron el nombre de Yara, por
ser la esperada nieta del jefe Chilua y bisnieta del jefe Yare,
aguerridos guías y protectores de la estirpe Jirahara.
Pensando
en lo terrible que sería sacrificar a su única descendiente, Yaracuy
decidió no ofrendarla a los espíritus de la naturaleza y la envió, por
medio de su esposa, a un lugar distante donde permanecería al resguardo
de guardianes encargados de velar que jamás se acercara al lago, para
evitar el fatal desenlace de la profecía.
Con
el correr del tiempo, la niña que se volvía adolescente fue recibiendo
las enseñanzas del piache, de los demás caciques y de su amante padre,
convirtiéndose en una hermosa e inteligente mujer de dulce sonrisa, que
adornaba con orquídeas la larga cabellera que llegaba hasta sus amplias
caderas.
Con
la llegada de los invasores españoles, la tribu del Nívar comenzó a
correr un inmenso peligro. Alertas ante la presencia tan cercana de los
extranjeros en su territorio y en pie de lucha, se cuenta que el Cacique
Yaracuy debió enviar un mensaje al capitán de las tropas españolas:
"Les
pido, por los nefastos rumores sobre los crímenes que vienen ocurriendo
sin cesar, en nombre de mi pueblo, que abandonen estas tierras y se
marchen hacia otros rumbos en este vasto territorio donde todos podemos
vivir en paz…"
La respuesta española fue contundente:
"Id a decirle a ese cacique que venga él a echarnos…"
Y
así fue como el enfurecido Yaracuy emprendió su camino junto con varias
tribus, para sacar a los invasores de la región. Y en la Batalla de
Cuyucutúa, bajo su mando, obtuvieron una gran victoria.
Los demás caciques creyeron que ese triunfo era definitivo y retornaron a sus respectivas regiones.
Pero,
los invasores reorganizaron sus filas, y en la zona de Uricagua tuvo
lugar un despiadado enfrentamiento final. De nuevo, los indígenas
volcaron su coraje, pero esta vez vertieron su sangre a medida que iban
siendo eliminados. Yaracuy cayó preso, y a pesar de su enorme
resistencia, atado a un árbol, cayó acribillado por un pelotón de
soldados armados con arcabuces.
Muerto
Yaracuy, su hija asumió el cacicazgo de la tribu y con el tiempo
comenzó a desplegar dotes de comando y estrategia. Los españoles
comenzaron a percibir bajas en sus filas. Por lo que se hizo inminente
capturar y someter a Yara bajo los designios del coloniaje impuesto, o
eliminarla.
Narra
la historia que unos misioneros católicos fueron los primeros en lograr
audiencia con la Princesa, a fin de llegar a un entendimiento y además
convertirla a la fe cristiana. Incluso le asignarían el nombre de "María
de la Onza de la Talavera del Prado y del Nívar".
Pero
el intento de los religiosos resultó inútil, pues a la Princesa le
pareció una gran contradicción su pedimento y no les concedió el deseo
de sumarse al culto de un dios-hombre. Significando definitivamente una
potencial amenaza, para el dogma de la fe cristiana, que los demás
indígenas siguieran su ejemplo.
No
obstante, el conocimiento heredado por Yara le permitía mediar
hábilmente para entenderse con los representantes del gobierno español.
La comunidad indígena confiaba en ella y la apoyaba para resguardar la
paz. Al punto que se cuenta que llegó a reunirse varias veces con los
encargados de los repartos y encomiendas, bajo el nombre de María del
Prado, distinguida dama de la comarca, admirada por sus encantos y su
ingenio, y temida por su astucia y liderazgo.
Mas,
debido desmedida codicia y despiadada crueldad de los extranjeros, la
resistencia pacifista de la Princesa no obtuvo mayores resultados. Por
lo que, habiendo hecho ya todos sus humanos esfuerzos, Yara decidió
retornar a su lejano resguardo, para invocar la omnipresente sabiduría
de los espíritus de la montaña y resolver de alguna otra manera las
desgracias de su estirpe frente al avasallante coloniaje.
Por
el camino, Yara iba muy pensativa y estando desprevenidos sus
permanentes guardianes en un momento de descanso, quedó sola y
meditando…
"He
hecho lo humanamente posible por la resistencia de mi pueblo y la
superviviencia de mi estirpe… Lo que resta no es el sometimiento o el
genocidio, sino el exterminio de nuestra especie, como animales de carga
en las plantaciones, envilecidos bajo la impronta implacable de los
patronos y su señor… Nosotros, los hijos de la tierra…"
Sin
proponérselo y por su ingenuidad, Yara llegó así al destino anticipado
por el piache, impulsada por el irresistible encanto de las cristalinas
aguas del lago cercano, y fue a sentarse a sus orillas. Un inmenso
silencio se produjo cuando ella se detuvo ante el extenso espejo del
Cumaripa, mientras un insondable remolino aceleraba desde las entrañas
de su existencia y con escalofriante intensidad se volcaba su propia
sombra, bajo la quietud de las aguas.
El
destello de los verdes ojos esmeralda, enseguida atrajo algo desde las
profundidades del lago, que emergió de repente ante la sorprendida Yara.
En
un instante, sin dar tiempo a los guardianes, que ya la habían
divisado, atónitos observaron, como si fuera el vórtice de un huracán, a
la Gran Anaconda que extendía sus fauces ante la inerme Yara, hasta
engullírsela totalmente, cumpliendo así la fatídica profecía.
Al
enterarse de la tragedia y conmovidos, como nunca antes, por la
desdicha de la hermosa Yara, los espíritus de la montaña acordaron
liberarla, haciendo inflar entonces el vientre de la anaconda,
adormilada en su digestión al fondo del lago, hasta que esta alcanzó mil
veces su volumen y de su cuerpo comenzaron a brotar destelleantes
meteoros, estallando finalmente en una colosal tormenta que hizo
desbordar las aguas, produciendo un diluvio y la inundación de los
valles y montañas.
La
torrencial catástrofe se esparció en un fabuloso arcoiris que irradió
ante el poder del dios Solar, con un extremo en Sorte y el otro en la
laguna de Tacarigua, hasta reducirse la gigantesca marejada en el
serpentino río que hoy recorre la región central de la Patria.
Al
disolverse y desaparecer fabulosamente la Gran Anaconda, la princesa
indígena quedó liberada del hechizo de sus orígenes, flotando
inconsciente a la deriva, mientras de la montaña una manada de dantas
azules comenzó a bajar y una de ellas logró alcanzarla. Y sobre su lomo
emergió Yara al encuentro de los dioses de los bosques, que entonces le
ofrendaron los dominios de la Gran Anaconda, designándola como nueva
protectora de los lagos, lagunas y ríos. Y así fue que la princesa Yara
se convirtió en la diosa de todos los seres naturales, animales y
plantas...
Desde
entonces, por la montaña de Sorte en Yaracuy, cabalga sobre su danta
mitológica la esbelta diosa indígena, inspirada por los misterios de la
naturaleza en su reino idealizado en las profundidades de los bosques,
de los ríos y la permanencia de las almas de sus originarios pobladores.
La Reina Yara de la belleza y la bondad del gentilicio aborigen, en su
trono halado por tortugas y serpientes, solidarias en la hermandad y la
caridad…
En la montaña de Sorte
por Yaracuy
Vive una diosa
Una noble reina de gran belleza
y de gran bondad
Amada por la naturaleza
e iluminada de caridad
Y sus paredes son hechas de vientos
y su techo hecho de estrellas
La luna, el sol, el cielo y la montaña
sus compañeros
Los ríos, quebradas y flores
sus mensajeros
O salve reina Maria Lionza
Por Venezuela va con su onza
y cuidando está
Y va velando a su tierra entera
desde la Guajira hasta Cumaná
Cuida el destino de los latinos
vivir unidos y en libertad
Maria Lionza hazme un milagrito
y un ramo'e flores te voy a llevar
Un ramo'e flores, de flores blancas
cual la pureza de tu bondad
Maria Lionza hazme un milagrito
y un ramo'e flores te voy a llevar
A toda la gente, allá en los cerritos
que hay en Caracas, protégela
Doña Maria, cueste lo que cueste,
a la Autopista del Este lo voy a llevar
Y va cuidando a su Venezuela
desde la Guajira hasta Cumaná
Fue por el río Guanaguanare
que Coromoto la vio brillar
Ella es la reina que el pueblo adora
ella es la diosa más popular
Maria Lionza hazme un milagrito
y un ramo'e flores te voy a llevar
Flores para tu altar
doña Maria te voy a llevar
Con tabaco y aguardiente
la ceremonia ya va a empezar
Nos despedimos con un saludo
de Puerto Rico y de Panamá
(Canción de Marialionza, por Rubén Blades).