3 de enero de 2014

El mito venezolano de "María Lionza"

La Ofrenda de Yara


Se cree que el "Mito de Yara" sobrevivió al coloniaje español a través de narraciones diversa y que la deidad en él representada fue adoptada por la religión católica "bajo el manto de la virginidad", con el nombre de "Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera y del Nívar". Conocida, con el pasar del tiempo, como "María de la Onza" o "María Lionza".

Hace mucho tiempo, durante el año de 1535, por la región de Yaracuy, en una de las tribus de la población Jirahara, asentadas en los alrededores de Chivacoa, donde quedaba el Quibayo –la Sagrada Montaña de la Suerte–, el jefe de la tribu del Nívar, llamado Yaracuy, oyó de su piache una desconsoladora profecía. El hechicero le vaticinaba que, del linaje de los caciques, nacería una niña de ojos verdes e ingenio tan resplancientes, como las aguas del cercano lago. Y que si algún día llegaba ella a contemplarse en sus aguas, sobrevendría una catástrofe de consecuencias impredecibles para todas las tribus de la población de Jirahara.

"Esa niña quedará entonces destinada a ser sacrificada, a pesar de todos nuestros esfuerzos, por la Gran Anaconda…"

Así dijo entonces el piache, según la advertencia por él recibida de los espíritus de la montaña, de que al desarrollarse esa criatura no traería paz y felicidad sino infortunio a todas las tribus, que requerirían en un futuro no muy lejano de un talentoso y valeroso guía, en una época muy tormentosa para la región.

Al poco tiempo se cumplió el primer anuncio de la inefable la profecía. Tupi, la esposa del Cacique Yaracuy, en efecto, dio a luz una niña con unos fulgurantes ojos verdes, a la que pusieron el nombre de Yara, por ser la esperada nieta del jefe Chilua y bisnieta del jefe Yare, aguerridos guías y protectores de la estirpe Jirahara.

Pensando en lo terrible que sería sacrificar a su única descendiente, Yaracuy decidió no ofrendarla a los espíritus de la naturaleza y la envió, por medio de su esposa, a un lugar distante donde permanecería al resguardo de guardianes encargados de velar que jamás se acercara al lago, para evitar el fatal desenlace de la profecía.

Con el correr del tiempo, la niña que se volvía adolescente fue recibiendo las enseñanzas del piache, de los demás caciques y de su amante padre, convirtiéndose en una hermosa e inteligente mujer de dulce sonrisa, que adornaba con orquídeas la larga cabellera que llegaba hasta sus amplias caderas.

Con la llegada de los invasores españoles, la tribu del Nívar comenzó a correr un inmenso peligro. Alertas ante la presencia tan cercana de los extranjeros en su territorio y en pie de lucha, se cuenta que el Cacique Yaracuy debió enviar un mensaje al capitán de las tropas españolas:

"Les pido, por los nefastos rumores sobre los crímenes que vienen ocurriendo sin cesar, en nombre de mi pueblo, que abandonen estas tierras y se marchen hacia otros rumbos en este vasto territorio donde todos podemos vivir en paz…"

La respuesta española fue contundente:

"Id a decirle a ese cacique que venga él a echarnos…"

Y así fue como el enfurecido Yaracuy emprendió su camino junto con varias tribus, para sacar a los invasores de la región. Y en la Batalla de Cuyucutúa, bajo su mando, obtuvieron una gran victoria.


Los demás caciques creyeron que ese triunfo era definitivo y retornaron a sus respectivas regiones.

Pero, los invasores reorganizaron sus filas, y en la zona de Uricagua tuvo lugar un despiadado enfrentamiento final. De nuevo, los indígenas volcaron su coraje, pero esta vez vertieron su sangre a medida que iban siendo eliminados. Yaracuy cayó preso, y a pesar de su enorme resistencia, atado a un árbol, cayó acribillado por un pelotón de soldados armados con arcabuces.

Muerto Yaracuy, su hija asumió el cacicazgo de la tribu y con el tiempo comenzó a desplegar dotes de comando y estrategia. Los españoles comenzaron a percibir bajas en sus filas. Por lo que se hizo inminente capturar y someter a Yara bajo los designios del coloniaje impuesto, o eliminarla.

Narra la historia que unos misioneros católicos fueron los primeros en lograr audiencia con la Princesa, a fin de llegar a un entendimiento y además convertirla a la fe cristiana. Incluso le asignarían el nombre de "María de la Onza de la Talavera del Prado y del Nívar".

Pero el intento de los religiosos resultó inútil, pues a la Princesa le pareció una gran contradicción su pedimento y no les concedió el deseo de sumarse al culto de un dios-hombre. Significando definitivamente una potencial amenaza, para el dogma de la fe cristiana, que los demás indígenas siguieran su ejemplo.

No obstante, el conocimiento heredado por Yara le permitía mediar hábilmente para entenderse con los representantes del gobierno español. La comunidad indígena confiaba en ella y la apoyaba para resguardar la paz. Al punto que se cuenta que llegó a reunirse varias veces con los encargados de los repartos y encomiendas, bajo el nombre de María del Prado, distinguida dama de la comarca, admirada por sus encantos y su ingenio, y temida por su astucia y liderazgo.

Mas, debido desmedida codicia y despiadada crueldad de los extranjeros, la resistencia pacifista de la Princesa no obtuvo mayores resultados. Por lo que, habiendo hecho ya todos sus humanos esfuerzos, Yara decidió retornar a su lejano resguardo, para invocar la omnipresente sabiduría de los espíritus de la montaña y resolver de alguna otra manera las desgracias de su estirpe frente al avasallante coloniaje.

Por el camino, Yara iba muy pensativa y estando desprevenidos sus permanentes guardianes en un momento de descanso, quedó sola y meditando…

"He hecho lo humanamente posible por la resistencia de mi pueblo y la superviviencia de mi estirpe… Lo que resta no es el sometimiento o el genocidio, sino el exterminio de nuestra especie, como animales de carga en las plantaciones, envilecidos bajo la impronta implacable de los patronos y su señor… Nosotros, los hijos de la tierra…"

Sin proponérselo y por su ingenuidad, Yara llegó así al destino anticipado por el piache, impulsada por el irresistible encanto de las cristalinas aguas del lago cercano, y fue a sentarse a sus orillas. Un inmenso silencio se produjo cuando ella se detuvo ante el extenso espejo del Cumaripa, mientras un insondable remolino aceleraba desde las entrañas de su existencia y con escalofriante intensidad se volcaba su propia sombra, bajo la quietud de las aguas.

El destello de los verdes ojos esmeralda, enseguida atrajo algo desde las profundidades del lago, que emergió de repente ante la sorprendida Yara.

En un instante, sin dar tiempo a los guardianes, que ya la habían divisado, atónitos observaron, como si fuera el vórtice de un huracán, a la Gran Anaconda que extendía sus fauces ante la inerme Yara, hasta engullírsela totalmente, cumpliendo así la fatídica profecía.

Al enterarse de la tragedia y conmovidos, como nunca antes, por la desdicha de la hermosa Yara, los espíritus de la montaña acordaron liberarla, haciendo inflar entonces el vientre de la anaconda, adormilada en su digestión al fondo del lago, hasta que esta alcanzó mil veces su volumen y de su cuerpo comenzaron a brotar destelleantes meteoros, estallando finalmente en una colosal tormenta que hizo desbordar las aguas, produciendo un diluvio y la inundación de los valles y montañas.


La torrencial catástrofe se esparció en un fabuloso arcoiris que irradió ante el poder del dios Solar, con un extremo en Sorte y el otro en la laguna de Tacarigua, hasta reducirse la gigantesca marejada en el serpentino río que hoy recorre la región central de la Patria.

Al disolverse y desaparecer fabulosamente la Gran Anaconda, la princesa indígena quedó liberada del hechizo de sus orígenes, flotando inconsciente a la deriva, mientras de la montaña una manada de dantas azules comenzó a bajar y una de ellas logró alcanzarla. Y sobre su lomo emergió Yara al encuentro de los dioses de los bosques, que entonces le ofrendaron los dominios de la Gran Anaconda, designándola como nueva protectora de los lagos, lagunas y ríos. Y así fue que la princesa Yara se convirtió en la diosa de todos los seres naturales, animales y plantas...


Desde entonces, por la montaña de Sorte en Yaracuy, cabalga sobre su danta mitológica la esbelta diosa indígena, inspirada por los misterios de la naturaleza en su reino idealizado en las profundidades de los bosques, de los ríos y la permanencia de las almas de sus originarios pobladores. La Reina Yara de la belleza y la bondad del gentilicio aborigen, en su trono halado por tortugas y serpientes, solidarias en la hermandad y la caridad…

En la montaña de Sorte
por Yaracuy

Vive una diosa

Una noble reina de gran belleza
y de gran bondad

Amada por la naturaleza
e iluminada de caridad

Y sus paredes son hechas de vientos
y su techo hecho de estrellas

La luna, el sol, el cielo y la montaña
sus compañeros

Los ríos, quebradas y flores
sus mensajeros

O salve reina Maria Lionza

Por Venezuela va con su onza
y cuidando está
Y va velando a su tierra entera
desde la Guajira hasta Cumaná

Cuida el destino de los latinos
vivir unidos y en libertad

Maria Lionza hazme un milagrito
y un ramo'e flores te voy a llevar

Un ramo'e flores, de flores blancas
cual la pureza de tu bondad

Maria Lionza hazme un milagrito
y un ramo'e flores te voy a llevar

A toda la gente, allá en los cerritos
que hay en Caracas, protégela

Doña Maria, cueste lo que cueste,
a la Autopista del Este lo voy a llevar

Y va cuidando a su Venezuela
desde la Guajira hasta Cumaná

Fue por el río Guanaguanare
que Coromoto la vio brillar

Ella es la reina que el pueblo adora
ella es la diosa más popular

Maria Lionza hazme un milagrito
y un ramo'e flores te voy a llevar

Flores para tu altar
doña Maria te voy a llevar

Con tabaco y aguardiente
la ceremonia ya va a empezar

Nos despedimos con un saludo
de Puerto Rico y de Panamá

(Canción de Marialionza, por Rubén Blades).